CITAS

La lucha es dura y es larga. Luchemos. Es menester que vivamos de nosotros mismos, que cada uno encuentre en sí mismo la razón de su vida, de su fuerza, de su acción. Las ideas iluminan; los hechos emancipan.

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Hay estatuas levantadas a hombres cuyo mérito principal ha consistido en ser azotes de la humanidad. Si estos mismos hombres hubieran aplicado sus instintos feroces en la vida corriente y moliente, habrían sido de seguro llevados a la picota y colgados de un palo.

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Se miente religiosidad, se miente amor al prójimo, se miente abnegación, se miente sinceridad. La cucaña tentadora, la cucaña política, la cucaña de la riqueza, la cucaña del renombre, la cucaña del aplauso: he ahí todo. Hay que trepar aunque sea arrastrándose como los insectos más repugnantes.

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No ayudaremos a forjar una nueva cadena aunque sean de oro y de diamantes sus eslabones.

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La moral de los códigos y de las leyes es una moral de malvados. Supone y reconoce las mayores monstruosidades voluntarias. El libre albedrío en que se funda, nos hace pensarnos capaces de los más grandes horrores. Cada hombre piensa de otro que es una fiera. Cada uno está pronto a serIo. Herencia, educación, medio social, todo concurre a este fin.

Tenemos una moral de bandoleros.

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Nuestro asombro en las grandes crisis, es nuestra acusación. Habremos de revisar todos nuestros valores morales, todos nuestros falsos valores morales, para no quedarnos mudos de terror ante la fiera humana que nosotros mismos hemos modelado.

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Entre el odio y el desprecio preferimos el odio, lo preferirá toda persona de mediano sentido. El odio es un sentimiento de igual a igual; el desprecio, un sentimiento de superior a inferior. El odio enciende el odio, la represalia; el desprecio humilla, confunde, anonada.

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Quien dice ley, dice limitación; quien dice limitación, dice falta de libertad. Esto es axiomático.
Los que fían a la reforma de las leyes el mejoramiento de la vida y pretenden por ese medio un aumento de libertad, carecen de lógica o mienten lo que no creen.

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Los intelectuales, palabreja inventada en mal hora para acusar la existencia de una casta más, cuando es preciso que no quede sobre toda la tierra ni un solo muro, ni un solo vaIladar, ni una divisoria, ni un amojonamiento.

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La anarquía no es una apariencia de la libertad, sino la libertad en acción.

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Todo el que se considere al término de su viaje es hombre perdido para la revolución. Perecerá adorando su ídolo o llorando su acabamiento. Será como todos los viejos creyentes.

Más allá del ideal, hay siempre ideal.

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Propendemos demasiado a lo deleznable; convienen en nosotros, por herencia y por hábito, las más despreciables inclinaciones, y si un aliento de sublimación de la vida, de exaltación de nosotros mismos, no nos anima, caeremos irremediablemente en el abismo de la bestialidad de que procedemos.

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El salto de la realidad a la idealidad, se llama revolución.

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Por pequeña que sea la minoría de los capacitados para la revolución, es una minoría temible.

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Ellos no ven, no quieren ver en el hombre un animal que come, siente y piensa, prefiriéndolo ciudadano que vota, obedece y trabaja. Por eso su lógica es la lógica de la propiedad individual, del privilegio político y de la sugestión religiosa. Su mejor argumento es el fusil.


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Hay en las filas revolucionarias, con distintas etiquetas, bastantes cultivadores de la barbarie. No se es revolucionario si no se es bárbaro. Todavía hay muchos que piensan que el problema de la emancipación se resuelve muy sencillamente con la poda y corta de las ramas podridas del árbol social.

No decimos nosotros que no sea necesaria la fuerza, que no sea fatalmente necesario podar y cortar y sajar; no decimos nosotros que el revolucionarismo consista en abrir las ostras por la persuasión; pero de esto a resumir en una feroz expresión de la brutalidad humana la lucha por un ideal de justicia para todos, de libertad y de igualdad para todos, hay un abismo en el que no queremos caer.

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"Los explotadores" de Diego Rivera

Por harto sabido, no es necesario repetir que se llama ladrón al que se apodera de algo que necesita y hombre honrado al que diariamente sustrae a los demás hombres que para él trabajan una parte considerable del valor de su trabajo.

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La inmoralidad es como la piedra que cae. La velocidad se acelera uniformemente, y cuanto mayor es el espacio recorrido, más grande es la velocidad final.

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No pensamos como viejos creyentes que lloran ante el ídolo que se derrumba. La humanidad no hará otra cosa que romper un anillo más de la cadena que la aprisiona. El estrépito importa poco. Quien no se sienta con ánimos para asistir sereno al derrumbamiento, hará bien en retirarse. Hay siempre piedad para los inválidos.

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La persistencia en lo mediocre y en lo superfluo corre pareja con la repugnancia a lo grande y necesario.

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La fuerza armada implica sacrificio de la producción, grandeza improductiva. La fuerza financiera, acaparamiento de riqueza, aumento de miseria.

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La corrupción, la bestialidad, el desbarajuste, la ignominia de todas las sodomías y de todas las borracheras humanas vienen de la intangible soberanía del Estado, amparo de latrocinios, de bandidajes, de asesinatos. Es la explotación organizada, el envenenamiento religioso metodizado, la prostitución tributaria, la taberna y la plaza de toros fomentadas, eso, eso es lo que representa el Estado y es eso todo lo que nos tiene abocados a un terrible cataclismo.

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La burguesía se ha dado buenas trazas para que todas las actividades y capacidades sociales concurran a la caza de la peseta. Ha sentado como axioma que para ser buen comerciante es un estorbo la abundancia de conocimientos. Ha reducido a máquinas de trabajo a los productores. Ha convertido en sirvientes a los artistas y a los hombres de ciencia. Ha suprimido al hombre sustituyéndolo por el muñeco automático. El resultado ha sido fatalmente la multiplicación de las nulidades con dinero. Dentro de poco gobernarán los imbéciles. El triunfo es totalmente suyo.

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En materia de opiniones es preciso ser respetuoso con todas. La libertad de llevarlas a la práctica es la mejor garantía de este respeto.

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Por encima de los más bellos propósitos, el determinismo de todas las cosas conduce a la exaltación del triunfador. A un muera sucede un viva, pero se cambia de amo y nada más.

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Comprendemos el odio, la venganza, el rencor, la injusticia y la violencia como estados pasajeros inevitables traídos por las concomitancias de la contienda; no los comprendemos como predicación que cifra en tan deleznables fundamentos el éxito de una aspiración elevada.

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Por atavismo, por educación, somos propensos a la violencia. Por error o por cortedad de vista atribuimos a la violencia las más excelsas virtudes revolucionarias. Acabamos de sustituir los medios al fin. Y naturalmente, la fuerza acaba en ídolo, olvidados de que por la violencia se han afirmado y constituido todos los poderes y todas las tiranías.

   
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Poco importa que todo cuanto se deriva del derecho no haya logrado aumentar en una parte infinitamente pequeña el bienestar de los pueblos. Gobernados por la teología primero, por la política después, se nos ha olvidado como hombres, para esclavizarnos como bestias. La representación gráfica del derecho es el látigo empuñado por un capataz de ingenio.

Continúen los hombres superiores su letanía. Rezan en el desierto, predican para sordos, pues que nadie los escucha. De nuestra parte, sacudiendo toda pretendida inferioridad, recabamos obediencia a las leyes físicas que la ley civil desconoce; pretendemos reintegrarnos a la naturaleza anulada por el artificio gubernamental; tratamos de restituirnos a la Justicia por la libertad de acción más completa y la más plena igualdad de condiciones económicas para la vida.

Seres dotados de órganos adecuados a funciones físicas, morales e intelectuales, reclamamos la independencia total de nuestra personalidad, condición indispensable a la integración de sus elementos constituyentes. Romperemos todas las ligaduras que nos atan y seremos, después de un largo cautiverio como esclavos, HOMBRES en la plenitud de sus facultades.

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Mientras que ahora, como te cruzas de brazos y duermes sobre los laureles del voto-providencia, concejales, diputados y ministros, por muy radicales y socialistas que sean, continuarán la rutina de los discursos vacíos, de las leyes necias y de la administración cominera.

Y suspirarás por la instrucción popular, y continuarás tan burro como antes, clamarás por la libertad y tan amarrado como antes a la argolla del salario seguirás, demandarás equidad, justicia, solidaridad, y te darán fárragos y más fárragos de decretos, de leyes, reglamentos, pero ni una pizca de aquello a que tienes derecho y no gozas porque ni sabes ni quieres tomártelo por tu mano.

Quieres cultura, libertad, igualdad, justicia? Pues ve y conquístalas, no quieras que otros vengan a dártelas. La fuerza que tú no tengas, siéndolo todo, no la tendrán unos cuantos, pequeña parte de ti mismo. Ese milagro de la política no se ha realizado nunca, no se realizará jamás. Tu emancipación será tu obra misma, o no te emanciparás en todos los siglos de los siglos.


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Los maestros de la charlatanería política y social conocen y manejan bien los resortes de la sencillez popular. Hablan elocuentemente a los atavismos heroicos que hacen del pobre el perro guardián del rico; despiertan los convencionalismos rancios de la honradez servil, de la lealtad humillante, y cuando la rebeldía popular estalla, la historia magnánima consigna la santa virtud revolucionaria que guarda los bancos, las grandes propiedades, los personajes del rebaño y fusila al miserable que cree llegada la hora de comer y abrigarse.

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Porque, en rigor, mientras no se disciernan perfectamente enseñanza y educación, cualquier método será defectuoso. Si redujéramos la cuestión a la enseñanza, propiamente dicha, no habría problema. Lo hay porque lo que se quiere en todo caso es educar, inculcar en los niños un modo especial de conducirse, de ser y de pensar. Y contra esta tendencia, toda imposición, se levantarán siempre cuantos pongan por encima de cualquier finalidad la independencia intelectual y corporal de la juventud.

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La escuela no puede ni debe ser más que el gimnasio adecuado al total desarrollo, al completo desenvolvimiento de los individuos. No hay, pues, que dar a la juventud ideas hechas, cualesquiera que sean, porque ello implica castración y atrofia de aquellas mismas facultades que se pretenden excitar.

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Como nosotros hay miles de hombres que se creen en posesión de la verdad. Son probablemente, seguramente honrados, y honradamente piensan y sienten.

Tienen el derecho a la neutralidad. Ni ellos han de imponer a la infancia sus ideas ni hemos de imponerles nosotros las nuestras.

Enseñemos las verdades adquiridas y que cada uno se haga a sí mismo como pueda y quiera.

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La domesticidad es el signo clarividente de la civilización.

   
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Poco o nada afectos a los artificios teóricos, levantamos nuestra doctrina sobre los firmes cimientos de la realidad viviente, descuidados de rigorismos intelectuales que suelen tener su raíz en juicios dogmáticos o necesidades del discurso.

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Las dictaduras están en la esencia misma de todo poder y ningún fruto distinto puede darse de un mismo árbol.

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Pero mientras quede en el mundo un puñado de hombres celosos de su personalidad, mientras quede un solo grupo de rebeldes a la humillación y al servilismo, mientras quede una sola voz para gritar estentórea por la libertad, la libertad no morirá.

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Son más modestos, precisamente porque valen más.

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La vida real es trabajo, es cambio, es consumo; es arte, goce, ciencia; es economía liberadora en cuya órbita gravitan los infinitos mundos que la pueblan.

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No pongáis muros al pensamiento

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Por mucho que la mente se aleje en la visión de la belleza jamás podrá prescindir de esta nuestra carne, de estos nuestros huesos, de esta nuestra sangre y nuestros órganos, todo empobrecido, macerado y vilipendiado por los adoradores de la mística, atenazados por la neurastenia, y por los serviles, rastreros servidores de los poderosos de la tierra.

¡Política! Eso es ficción para bobos, trampa para inocentes, deporte para holgazanes; eso es la ergástula(*) que los bribones imponen a los hombres honrados.

(*)Ergástula: cárcel de esclavos en Roma
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¿Hay nada menos artístico, menos ingenioso, menos ideal que el rebaño de votantes, que los torneos parlamentarios, que la rutina gubernamental? ¿Hay nada más insignificante que la burocracia, que la técnica, que el arte y la ciencia oficiales?

El elogio de la función augusta del ciudadano que vota, o que legisla, o que manda, ¡qué paradoja!

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Juan Jacobo Rousseau no ha muerto. La democracia y hasta el socialismo son jacobinos. Las ideas radicales todas de nuestros días, están impregnadas de jacobinismo. Los dioses tienen todavía sed. Acaso no está muy lejos otra tragedia.

Los dioses tienen sed, y se encarcela, y se espía, y se ahorca, y se fusila, y la democracia también amenaza con la prisión, con el destierro y con la muerte a los futuros rebeldes, todo por la salud del pueblo, por la salud de las naciones, por el bien de la humanidad. Juan Jacobo preside nuestros destinos.

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Pues juzgad por el presente. Siglos y siglos van transcurridos en que el verdugo preside la vida de la humanidad. Todas las leyes lo designan como el ejecutor de la justicia social. Y ¿por qué nadie le considera como un ser respetable, como brazo ejecutor de la equidad entre los hombres? La humanidad no ha caído en esa terrible ficción. Él ha sido, es y será un ser repugnante, más odiado que el que mata violentamente. Con violencia y a mansalva mata.

Odiamos y despreciamos en él el asesinato legal, la coronación de todas las barbaries. Y es que el amor al prójimo, la bondad natural en el hombre aparece, resurge de pronto frente al patíbulo y despierta el dormido rencor con el espanto de la muerte. El interés de unos pocos no ha logrado que la ficción legislativa encarne en la pública conciencia.         

Ha bastado un pequeñísimo progreso en la vida política, para que todo el mundo abomine de los horrores del feudalismo y de la inquisición, haciendo imposible la vuelta a un tal orden de cosas. Si perduran en la sombra es por malas artes del interés privado.

¿No bastará una revolución social que modifique esencialmente las condiciones de vida para que abominemos igualmente las condiciones de horrores modernos de la explotación, del espionaje policiaco, del crimen de la bestialidad general, que nos lleva a lo desconocido?

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En marcha hacia el porvenir, no es éste sino un momento necesario de la larga caminata.

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